Grandiosa reaparición de El Juli en la Plaza México
Ilustración Francisco Lagos
El Juli, grana y oro, con pedrería esmeralda, se alzó en la plaza después de no figurar en la temporada pasada. El Payo, de una tela de deslavado tono canela, quien se podía ver como cierto triunfador de la grande anterior, mordió el polvo en la tercera tarde.
Gracias Doctor Rubio, un astiblanco nevadito de cuartos traseros de 490 kilos, de falto de transmisión, surgió de la puerta de los sustos y ya el clásico de los años 90 Julián López lo esperaba para saludarlo con verónicas muy personales.
Luego de un cariñoso pellizco de vara, Julián López El Juli se quiso lucir con un auto quite de chicuelinas muy desgraciada. Sin mucho que observar del tercio de banderillas, comenzó la faena de muleta en la que ninguno de los dos, ni toro ni torero, pudo hacer mucho con lo poco que ambos proponían en la arena, a pesar del despliegue exagerado de recursos del matador, como lo fue el cambio de mano al paso y el muletazo por detrás, o incluso el par de pinchazos que ni su mañoso julipie pudieron darle justa paz al de lidia.
Buena Estrella, una joven cornamenta, tan ridícula como su faena, un anovillado de 491 kilogramos que hasta el más dulce villamelón reclamó con enjundia, salió sin suerte para jugar con Octavio García El Payo, que lo comenzó a pasear con tres saltilleras deslucidas en medio de la protesta generalizada, muy bien desoída por el caradura de Jesús Morales, el juez de plaza que, dicen, se hallaba dormido en su palco.
Era tan indefenso el bichito que ni cuando encunó a El Payo se hizo sentir ninguna embestida. Murió, irrelevante.
Ser De Luz, un morillo sin fuerza, nevado detrás, pasado de medio tonelaje, llegó al ruedo de El Juli para continuar el debate. Manso el toro, dejaba menos que desear por sus derechas que por su falta de peligro y acabó dándole dos exageradas peludas al hispano, que, cínico, dio la vuelta al ruedo simulando orgullo.
Aroma Flamenco, un mejor presentado zaino axiblanco de 517 kilos, vuelto de cornamenta, segundo para El Payo; este burel de mayor estatura recargó el riñón sin dolo en el caballo de Efrén Acosta, quien resistió, bravo, para luego pasar por sendos pares de banderillas de Rafael Angelino, yendo a más, aunque por breves momentos obligando a correr, a replantear ideas inmediatas, al queretano.
Apretando y desapretando, en una faena descompuesta por un toro tan infrecuente como sus hermanos, El Payo brindó de frente la muerte, valiente, pero también atorado.
El cuarto en el pandero, el numerado rabioso y confundido, Caporal, corto calmo cárdeno caribello de casi media tonelada, medio sangrado por puyazo tenue y bien banderillado, resultó el más noble y más lúcido para el toreo de maniquí de El Juli, que se dio vuelo desde los faroles del recibimiento, ligando sin ritmo a un toro que daba vuelta tras vuelta, pastando entre dozantinas, naturales, derechazos, trincherillas; todo un arsenal exhibicionista sin concepto claro de alguna estructura determinada hasta conseguir la tercera oreja protestada.
Amor Puro, listón de capa cárdena de 487 kilos, volvió a sorprender al respetable con su cara de vaquita, pero esta vez, con el frío nocturnal, ya más despierto el juez Morales, lo devolvió a los chiqueros (el primer caso esta temporada), para dar paso al primer reserva, Dionisio, un rebrincón reunidito, berrendo alunarado de 480 kilogramos, igual de deslucido que el primero en turno del queretano.
Así, la mala Buena Estrella fue constante para El Payo toda la nublada tarde.
Con éste último de la tarde, Jorge Morales se excedió en varas, concluyendo muy pronto el mano a mano, dejándole puros nervios calados a Octavio García, que sudaba sus luces vueltas un mantel de carnicero sin saber bien qué hacer con su rijosa suerte de cornamenta alzada, advirtiendo la lejanía del triunfo frente a quien creció admirando en los ruedos.
Gracias Doctor Rubio, un astiblanco nevadito de cuartos traseros de 490 kilos, de falto de transmisión, surgió de la puerta de los sustos y ya el clásico de los años 90 Julián López lo esperaba para saludarlo con verónicas muy personales.
Luego de un cariñoso pellizco de vara, Julián López El Juli se quiso lucir con un auto quite de chicuelinas muy desgraciada. Sin mucho que observar del tercio de banderillas, comenzó la faena de muleta en la que ninguno de los dos, ni toro ni torero, pudo hacer mucho con lo poco que ambos proponían en la arena, a pesar del despliegue exagerado de recursos del matador, como lo fue el cambio de mano al paso y el muletazo por detrás, o incluso el par de pinchazos que ni su mañoso julipie pudieron darle justa paz al de lidia.
Buena Estrella, una joven cornamenta, tan ridícula como su faena, un anovillado de 491 kilogramos que hasta el más dulce villamelón reclamó con enjundia, salió sin suerte para jugar con Octavio García El Payo, que lo comenzó a pasear con tres saltilleras deslucidas en medio de la protesta generalizada, muy bien desoída por el caradura de Jesús Morales, el juez de plaza que, dicen, se hallaba dormido en su palco.
Era tan indefenso el bichito que ni cuando encunó a El Payo se hizo sentir ninguna embestida. Murió, irrelevante.
Ser De Luz, un morillo sin fuerza, nevado detrás, pasado de medio tonelaje, llegó al ruedo de El Juli para continuar el debate. Manso el toro, dejaba menos que desear por sus derechas que por su falta de peligro y acabó dándole dos exageradas peludas al hispano, que, cínico, dio la vuelta al ruedo simulando orgullo.
Aroma Flamenco, un mejor presentado zaino axiblanco de 517 kilos, vuelto de cornamenta, segundo para El Payo; este burel de mayor estatura recargó el riñón sin dolo en el caballo de Efrén Acosta, quien resistió, bravo, para luego pasar por sendos pares de banderillas de Rafael Angelino, yendo a más, aunque por breves momentos obligando a correr, a replantear ideas inmediatas, al queretano.
Apretando y desapretando, en una faena descompuesta por un toro tan infrecuente como sus hermanos, El Payo brindó de frente la muerte, valiente, pero también atorado.
El cuarto en el pandero, el numerado rabioso y confundido, Caporal, corto calmo cárdeno caribello de casi media tonelada, medio sangrado por puyazo tenue y bien banderillado, resultó el más noble y más lúcido para el toreo de maniquí de El Juli, que se dio vuelo desde los faroles del recibimiento, ligando sin ritmo a un toro que daba vuelta tras vuelta, pastando entre dozantinas, naturales, derechazos, trincherillas; todo un arsenal exhibicionista sin concepto claro de alguna estructura determinada hasta conseguir la tercera oreja protestada.
Amor Puro, listón de capa cárdena de 487 kilos, volvió a sorprender al respetable con su cara de vaquita, pero esta vez, con el frío nocturnal, ya más despierto el juez Morales, lo devolvió a los chiqueros (el primer caso esta temporada), para dar paso al primer reserva, Dionisio, un rebrincón reunidito, berrendo alunarado de 480 kilogramos, igual de deslucido que el primero en turno del queretano.
Así, la mala Buena Estrella fue constante para El Payo toda la nublada tarde.
Con éste último de la tarde, Jorge Morales se excedió en varas, concluyendo muy pronto el mano a mano, dejándole puros nervios calados a Octavio García, que sudaba sus luces vueltas un mantel de carnicero sin saber bien qué hacer con su rijosa suerte de cornamenta alzada, advirtiendo la lejanía del triunfo frente a quien creció admirando en los ruedos.