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¡Oleee! La Plaza México cumple 70 años de vida

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En los años aledaños a la Segunda Guerra Mundial surgieron las más vehementes pretensiones de engendrar monstruos en todo el mundo. México llegó a ser un cúmulo de provincias que no necesariamente convergían en su 'centro'. La Ciudad de México llegó a ser diversos pueblos a los que se viajaba en un ideal inalcanzable de homogeneidad.

La llamada Revolución Mexicana, en todo caso, aisló más a las grandes ciudades, incendiando los caminos de hierro por donde se vinculaban. Uno de los objetivos del gobierno de Lázaro Cárdenas fue homologar a la nación mexicana y, sin querer, su labor sólo era el principio de un mal que crecería cada sexenio, con la densidad poblacional: el centralismo.

Para cuando el acaudalado empresario yucateco de origen libanés Neguib Simón Jalife tuvo la idea de construir una Ciudad de los Deportes al sur del Río de la Piedad, en los baldíos del rancho San Carlos, aprovechando los socavones en el piso por la actividad ladrillera, ya existía un histérico impulso por hacer la ciudad, por vivirla, y su magna obra era la conclusión de esa megalomanía monstruosa.

El 12 de octubre de 1941, en el semanario taurino El Redondel, se publicó una entrevista con Emilio Azcárraga Vidaurreta, en la que éste menciona, por primera vez, el ambicioso proyecto de Neguib: una ciudadela que solamente contuviera sitios de recreo y de ejercicio para la Ciudad: paseos con restaurantes, tiendas, canchas de tenis, beisbol y un estadio olímpico, albercas y una playa artificial ("con un oleaje propulsado por un complicado mecanismo", decían los primeros planos del proyecto), arenas de box, lucha y esgrima, boliches, frontones, cines y, por supuesto, una plaza de toros a la altura del 'milagro mexicano'.

Fue el influyente ingeniero bajacaliforniano Modesto C. Rolland, quien durante el periodo cardenista había tenido una actuación protagónica frente a la segunda gran guerra, quien pudo realizar el mundo que el yucateco imaginaba. La primera parte de tan titánica obra debía ser el entonces rey del espectáculo: el pandero de arena sería el primer edificio a construir.

La plaza de toros que, incluso antes de nacer, fue siempre conocida con el sinecdótico nombre de Plaza México, sería la más importante del mundo, un espejo de la fortaleza taurina que nuestro país desarrollaba, un monolito de cemento muestra de cómo México se apoderaba de la tradición legada por la península europea y la llevaba a extremos inconmensurables.

Desde el 28 de abril de 1944, fecha en la que se puso la primera piedra de dicha ciudadela deportiva, y hasta la inauguración del ruedo taurino, la tarde del 5 de febrero de 1946, la ruina devino en la casa de Neguib, quien murió en extrema pobreza, lleno de enemigos políticos, deudas y el colosal fantasma de su proyecto roto, constreñido al estadio, hoy sede del Cruz Azul, y a la Monumental Plaza México, que acabó siendo patrimonio de los hermanos hoteleros Cosío Ariño, botín político y una fábrica de hacer dinero de un ritual catártico que en otros tiempos sirvió de pivote al caos citadino.

Hoy, a 70 años de inaugurada la Plaza, la tauromaquia va en declive por mil circunstancias, y aquel símbolo del poder cultural taurino, centro nervioso del exquisito mundo del toro a nivel global, se ha convertido en un rústico destino turístico para los más; un singular jayán anacrónico donde se contempla la muerte. Y, no obstante, todavía en algunas tardes el sol y la sombra se revuelven con pasión para recoger un grito fundacional que evidencia el encantamiento del alma frente a la inspiración heroica: ¡Ole!


La noche de aniversario, dejada a su suerte

La corrida del septuagésimo aniversario acabó por deslucirse ante el llenazo del 31 de enero. La celebración del mano a mano entre los José dejó un vacío profundo, pues ante aquel duelo de agigantadas figuras queda en evidencia la pírrica altura de cualquier nombre en la baraja de matadores.

Ni la euforia de un Ignacio Garibay recién salido en andas ni el apapacho al que Sebastian Castella se allega en La México ni el temple olvidado de Arturo Saldívar podrán estar a la altura de la celebración.

Habrá que estar atentos en el ruedo, no obstante, pues habrá tributo a la leyenda de Manolo Martínez: se lidiarán toros de su ganadería, a lado de astados de La Estancia, llenos de altibajos.


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