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Cena para uno. Hogares pequeños

Rocío Sánchez

Laura y Nidia son vecinas. Cada dos semanas se ponen de acuerdo para ir al supermercado juntas. Comprar por volumen y dividir los gastos y los productos les significa un ahorro, aunque en ocasiones tengan que regalarle a un tercer vecino la mayonesa que aún está sin abrir y que saben que no alcanzarán a terminarse antes de que caduque.

cenaCada una vive sola. De hecho, el edificio en el que viven en la Ciudad de México tiene 20 departamentos, de los cuales, más de la mitad están ocupados por sólo una persona. Del resto, cuatro departamentos albergan a dos personas (parejas o amigos) y sólo dos son habitados por familias de cuatro o más.

Este cuadro se repite en varias colonias de clase media alta, donde muchos jóvenes llegan a vivir después de haber salido de casa de sus padres en busca de independencia. Sin embargo, eso no significa que tales condiciones sean el común denominador de los hogares pequeños, es decir, conformados por una o dos personas, en todo el país.

¿Hogares o familias?

Las dificultades para contabilizar  aquellas viviendas donde habitan sólo una o dos personas comienzan por la definición. Si bien los arreglos donde dos personas se unen en pareja (sea casándose o no) son considerados familias, no es común encontrar datos desagregados de este tipo de grupos, pues algunas estadísticas los consideran como parte de las familias nucleares y otros ni siquiera los consideran una probabilidad, excepto cuando se trata de parejas cuyos hijos ya han crecido y han formado sus propias familias.

En el caso, por ejemplo, de dos personas unidas por una relación de amistad, o que simplemente comparten una casa por razones económicas o logísticas (los denominados roomies, por el anglicismo roomate, que significa “compañero de cuarto”) no son consideradas familia sino una “relación de corresidencia”.

Para las personas que viven solas, el concepto es más fácil de definir. Una persona no es familia puesto no tiene a nadie con quién relacionarse de esta forma en su hogar. En este caso, son catalogadas como “hogares unipersonales”.

En todo caso, tanto los hogares unipersonales como las relaciones de corresidencia (que, de hecho, pueden estar conformadas por más de dos personas) son categorizados como hogares no familiares. Según datos de la Encuesta Intercensal 2015 del Instituto Nacional de Geografía (INEGI), de cada 100 hogares no familiares, 93 son unipersonales y 7 son corresidentes integrados por dos o más personas.

Podría decirse entonces que, en efecto, cuando no se vive en familia es mucho más común vivir solo que compartir casa con otras personas con las que no se tiene parentesco.

Para la concepción tradicional mexicana, vivir solo o ser una pareja sin hijos es algo “triste”, en este último caso, incluso cuando no se trata de una pareja joven que no se ha reproducido, sino de una pareja de adultos mayores que no vive con alguno de sus hijos o nietos. Sólo recientemente, a partir del cambio demográfico que ha aumentado la población adulta y reducido la tasa de natalidad, se ha comenzado a mirar a los hogares pequeños desde una perspectiva de política pública, por ejemplo, en materia de salud.

En México el porcentaje de población que no quiere tener hijos es mínimo. Según la Encuesta Nacional de Familias (UNAM, 2015), sólo 1 por ciento de las y los entrevistados dijeron que su modelo ideal de familia es el de una pareja sin hijos.

Independiente, autosuficiente y ¡libre!

“Siempre quise vivir sola porque me llevaba mal con mi mamá. La quiero, pero chocamos mucho. Por eso, en cuanto empecé a trabajar me puse a ahorrar, hasta que pude rentar mi propio depa”, cuenta Mariana, quien salió de la casa de sus padres a los 27. Durante seis años (antes de irse a vivir con su pareja), su hogar formó parte del 8.9 por ciento de hogares unipersonales que se registraron en 2010. Aunque puede parecer un porcentaje pequeño, este grupo muestra un importante crecimiento: en 1990, los hogares unipersonales eran 4.9 por ciento, y se estima que en 2030 alcancen 12.2 por ciento.

A Mariana le gusta la fiesta, así que poder salir los fines de semana, organizar reuniones en su casa y vivir sin las limitaciones que su madre le imponía fueron lo que más la impulsó a vivir de manera independiente.

En este punto, su motivación coincide con las estimadas por Brígida García y Olga Rojas en su artículo “Los hogares latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo xx: una perspectiva demográfica” (2002), donde mencionan que entre los factores determinantes del incremento de los hogares unipersonales están los procesos de individualización relacionados con la modernidad y la postergación del matrimonio.

En el análisis del investigador Carlos Welti Chanes, autor del libro ¡Qué familia! La familia en México en el siglo XXI (UNAM, 2015), y quien diseñó la Encuesta Nacional de Familias, “la evolución de la fecundidad y la mortalidad se encuentra íntimamente ligada a procesos sociales más amplios y ejemplifica de manera clara la relación entre lo demográfico y el cambio social”.

La vejez en solitario

Rubén tiene 68 años y es viudo desde los 40. Nunca volvió a casarse y se dedicó trabajar y criar a sus dos hijos con ayuda de su madre y hermanas. Una vez que los hijos se casaron y se fueron del hogar, él permaneció soltero en su departamento de interés social, producto de su trabajo.

Aunque tiene una pareja estable, quien es divorciada, dice que no le interesa volver a vivir con alguien. “Estamos mejor así, cada quien en su casa; nos llevamos bien y nos vemos con gusto, pero volver a casarme, no, ¿para qué?”. El matrimonio lo menciona porque, por la manera en que fue educado, no hay otra forma aceptable en la que una pareja pueda vivir bajo el mismo techo.

Para poder diseñar políticas públicas es necesario conocer las características, motivaciones y necesidades de las personas que viven solas. En el caso de Rubén, él sigue trabajando y goza de plena movilidad, por lo que no ha tenido que depender de nadie, pero su situación no es la regla. Los hogares unipersonales de personas adultas mayores enfrentan con frecuencia la falta de oportunidades y la carencia de una mejor opción. Esto es, vivir solo, en especial en la vejez, no siempre es una elección propia.

A Yolanda, por ejemplo, la vida y las circunstancias la han llevado a vivir sola. Su esposo murió y sus hijos se fueron casando y saliendo del hogar. Nueve años después, supo que era portadora del VIH, y sus hijos dejaron de frecuentarla. Dice no sentirse triste porque se unió a la iglesia cristiana y en sus grupos de oración comparte el tiempo con gente que la cuida, que está pendiente de ella y que no la rechaza por su condición de salud.

Existe una proporción ligeramente mayor de hogares unipersonales en las localidades urbanas, donde representan 10.3 por ciento, mientras que en las zonas rurales son el 8.3 por ciento.

Existe una proporción ligeramente mayor de hogares unipersonales en las localidades urbanas, donde representan 10.3 por ciento, mientras que en las zonas rurales son el 8.3 por ciento.

Dos es compañía, tres es multitud

Raquel y Francisco llevan un año de casados. Han viajado y acaban de emprender un negocio conjunto, en el que están invirtiendo todos sus ahorros y que Raquel maneja de tiempo completo.

A sus 36 años, afirman que tener hijos no está entre sus planes. De hecho, antes de conocer a su hoy esposo, Raquel había decidido no tener ningún hijo, pero como él sí tiene esa ilusión, lo está considerando. Hasta ahora, lo que han acordado es que van a esperar más tiempo para “disfrutar su relación” al pasar tiempo juntos, cuidar de su proyecto común y realizar más viajes que ya tienen planeados.

Aunque historias como esta parecen sugerir lo contrario, en México el porcentaje de población que no quiere tener hijos es mínimo. Según la Encuesta Nacional de Familias (UNAM, 2015), sólo 1 por ciento de las y los entrevistados dijeron que su modelo ideal de familia es el de una pareja sin hijos.

Sin embargo, para el INEGI el nuestro es un país que conserva los hogares familiares tradicionales, ya que la mayor proporción de los hogares en México (90.5 por ciento) es de tipo familiar: viviendas que se caracterizan por que existe una relación de parentesco entre los integrantes con el jefe (la persona que sostiene económicamente a la familia).

No obstante, los datos del mismo INEGI parecen mostrar que la inestabilidad de las uniones ha aumentado, pues los porcentajes de personas divorciadas han crecido entre la gente de 35 años o más. La información del censo más reciente muestra una tendencia clara de disminución de la población casada. Los porcentajes de divorciados pasaron de cinco divorcios por cada 100 matrimonios en 1993 a 16 por cada 100 en 2011.

El caso de María e Ivette es diferente. Ellas se conocieron en una fiesta. Platicaron sobre sus planes de irse a vivir fuera de la casa de sus respectivos padres y a los dos meses ya habían comenzado a compartir un departamento en una zona céntrica de la Ciudad de México. Sin embargo, en la convivencia congeniaron muy poco y, al cabo de seis meses,  Ivette se fue a vivir con una amiga, dejando a María con el contrato sobre el que inicialmente habían dividido los gastos por la mitad.

Los hogares tienen género, edad y estrato

No es posible generalizar ni identificar una tendencia de las razones por las que se forman hogares pequeños, pues para cada género, cada estrato social, cada entorno y, de hecho, cada individuo, es diferente.

Por ejemplo, aunque en los hogares nucleares en los que hay dos cónyuges predomina la jefatura masculina, es notable que entre los hogares unipersonales la mayor cantidad están integrados por una mujer. De acuerdo con datos del Censo de Población y Vivienda 2010, los hogares integrados sólo por una mujer son más del doble que los integrados por sólo un hombre.

En relación con las edades, la mayoría de los integrantes de hogares unipersonales tiene de 50 a 69 años de edad. Entre las personas que viven en hogares unipersonales, las situaciones conyugales más frecuentes son la soltería, la viudez y el divorcio. La soltería es más común entre la población masculina, mientras que la viudez lo es entre las mujeres.

En este sentido, quienes más viven solos son las mujeres viudas con suficientes recursos económicos, y los hombres jóvenes solteros.

En el imaginario social, los hogares pequeños suelen verse desde cierto estrato social y un contexto urbano, pero las cifras indican algo diferente. El o la joven profesionista que desea postergar su unión marital, o las parejas (heterosexuales u homosexuales) que quieren esperar para tener hijos o que deciden no tenerlos, no son la regla sino la excepción.

*Publicado en el número 240 del suplemento Letra S del periódico La Jornada

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