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Diversidad sexual en Bolivia

 

Leonardo Bastida Aguilar

Un millón de kilómetros cuadrados en el centro de América del Sur albergan a la nación boliviana, o más bien, a decenas de naciones indígenas que en conjunto conforman a la Bolivia contemporánea, cada una con una infinita gama de conocimientos, costumbres, tradiciones y cosmovisiones donde algunos temas como la diversidad, no cultural, sino sexual, representan un enorme reto por superar. Esto a pesar de que en esta región del mundo, desde 2009, cuando se promulgó la Constitución vigente, se estableció la prohibición y sanción de toda forma de discriminación fundada, entre otras causas, en la orientación sexual y la identidad de género.

DIVERSIDADAsimismo, la mayoría de los municipios del país han emitido medidas contra la homofobia. Por ejemplo, existe la ley 045 contra el racismo y toda forma de discriminación que contempla a la orientación sexual y la identidad de género como causales de discriminación, y hace dos semanas, el Estado boliviano fue reconocido a escala global por parte de diferentes organismos internacionales y gobiernos por haber promulgado la Ley de Identidad de Género, que permite a las personas transgénero y transexuales mayores de 18 años cambiar su nombre, el dato del sexo e imagen de toda su documentación pública y privada vinculada a su identificación.

De esto da testimonio el periodista e investigador boliviano Edson Hurtado, quien en su visita a la Ciudad de México con motivo de su participación en la Feria de las Culturas Amigas que se celebró en el Zócalo capitalino, impartió la conferencia “Diversidades LGBTI en pueblos indígenas de Bolivia”, coorganizada por Fundación Arcoíris y la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El experto ha dedicado varios años de trabajo en diez de las 36 naciones reconocidas en la Constitución boliviana como originarias, en las cuales pudo levantar encuestas y realizar entrevistas a profundidad.

Planteado como un acercamiento a la cosmovisión sobre diversidades sexuales de siete pueblos originarios (moxeños, afrobolivianos, quechuas, ayoreos, guaraníes, tacanas y aymaras) desde la década de los ochenta hasta la promulgación de la nueva Constitución, Edson Hurtado trazó el objetivo de analizar las prácticas culturales de los pueblos sobre el tema de las diversidades sexuales y las identidades de género. Esto a través de testimonios e historias de vida de personas pertenecientes a los pueblos originarios seleccionados, con diversa orientación sexual e identidad de género, para conocer sus experiencias. También recolectó datos, entrevistas con las autoridades indígenas e instituciones; se realizaron más de 50 entrevistas y 300 encuestas en distintas zonas de toda la comunidad como mercados, plazas, parques, ferias y domicilios particulares, entre otros espacios.

Para esta labor, el investigador contó con el respaldo de la Asamblea del Pueblo Guaraní, máxima representante de las naciones guaraníes bolivianas, así como de algunas otras autoridades locales, pero encontró que uno de los grandes problemas es que las dirigencias de casi todos estos pueblos son masculinas y se les tuvo que explicar el significado de las siglas LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales).

Sí, pero no                                                                                                                  

Al percatarse de la distancia que existe entre las leyes bolivianas y las realidades al interior de las comunidad indígenas, Hurtado elaboró una encuesta y encontró que a la pregunta “¿conoce usted miembros de su comunidad que pertenezcan a las diversidades LGBTI?”, el 55 por ciento dijo que sí y 44 por ciento respondió que no. Al respecto explicó que, por lo regular, los entrevistados decían que sí conocían a personas LGBTI, pero en otra comunidad, es decir, se reconoce la existencia de estas personas, pero se les aleja de sus espacios cotidianos, de su vida diaria, de sus escenarios.

Al respecto, ejemplificó que en Cobija, ciudad boliviana ubicada en la frontera con Brasil, uno de los dirigentes afirmó que los homosexuales que conocía eran los que llegaban de la ribera de enfrente del río, desde Brasil. El entrevistado insistió en que ellos eran quienes traían la homosexualidad a sus comunidades, y que luego, de alguna manera, contagiaban a los pobladores de la comunidad y los convertían en homosexuales.

De igual manera, a la pregunta “¿se acepta o se respeta a los indígenas LGBTI en su comunidad?”, 78 por ciento de las personas encuestadas dijeron que no. Para Hurtado, este hecho provoca que las personas no asuman públicamente su orientación o identidad, pues eso les impediría participar de manera activa en las decisiones comunitarias o perderían sus tierras, además de que serían víctimas de abusos y desprecios por parte de otros integrantes de la comunidad, dentro de la cual muchos pierden su ciudadanía.

Esta interpretación se respalda con otros resultados obtenidos por el investigador en los que 63 por ciento de las y los participantes afirmaron que era necesario dar a las personas sexodiversas un castigo como trabajos forzados para la comunidad, por ejemplo, la construcción de caminos y represas, o un llamado de atención.

Además, frente al cuestionamiento de si se debe hablar o no de diversidad al interior de las comunidades, 68 por ciento dijo que no, mientras que 60 por ciento afirmó estar en contra de que la población LGBTI de sus comunidades pudiera reunirse.

A la pregunta sobre qué hacer con una persona LGBTI, 32 por ciento dijo que no haría nada; 20 por ciento, que no le hablaría, y 12 por ciento le aconsejaría cambiar. En caso de que esa persona fuera un familiar, 42 por ciento afirmó que lo animaría a quedarse en la comunidad, 31 por ciento lo apoyaría para cambiar su forma de ser y 27 por ciento lo apoyaría para abandonar la comunidad.

En torno a los castigos sociales que se imponen a las personas indígenas LGBTI, las respuestas manifestaron que en su mayoría se trata de burlas (34 por ciento), actos de desprecio (25 por ciento), golpes (21 por ciento), expulsión de la comunidad (19 por ciento) e incluso llegan a la violación sexual (uno por ciento), sobre todo en el caso de las mujeres lesbianas.

La mayoría de las personas participantes, 51 por ciento, afirmó conocer a gays en otras comunidades; 21 por ciento a lesbianas, igualmente en otros pueblos; 14 por ciento a personas travestis; 10 por ciento conoce a bisexuales y cuatro por ciento a transexuales, por lo que queda claro que las personas de las comunidades indígenas sí han tenido acercamiento al tema pero han optado por el rechazo, sobre todo si la otra persona es integrante de la misma comunidad.

Historias sin final feliz

De acuerdo con Hurtado, pocas comunidades tienen palabras para definir a la diversidad sexual y aquellas donde existen tienen una connotación negativa, con corte discriminatorio y punitivo. Este hecho es perceptible en algunas de las historias que el autor ha recogido para sus libros Ser gay en tiempos de Evo Morales o La Madonna de Sorata, en los cuales narra cómo los disidentes sexuales han sido expulsados de la sociedad a la que pertenecían, pero sobre todo de sus familias.

Sin embargo, consideró que el problema de la discriminación hacia el sector LGBTI no se da sólo al interior de las comunidades indígenas sino en muchos otros sectores de la sociedad boliviana, influidos por la Iglesia católica, que actualmente, tras la promulgación de la ley de identidad de género, ha salido a las calles a manifestarse en su contra y a rechazar la posibilidad de hablar del tema de matrimonio igualitario. Están también las autoridades culturales que han optado por no investigar más a fondo los hallazgos arqueológicos de figuras prehispánicas de corte homoerótico. Todo este rechazo se puede enmarcar en algunas de las crónicas de Edson Hurtado, en las que el personaje principal, esa persona indígena que tuvo que salir de su comunidad, perdió la vida de manera violenta cuando fue atacada, muy probablemente por su preferencia sexual o su identidad de género.

*Texto publicado en el número 239 del suplemento Letra S del periódico La Jornada