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El Principito, el niño que todos llevamos dentro

Tal vez Antoine está jugando con nosotros y para encontrarlo debemos cerrar los ojos y mirar con nuestro corazón.


Cuando hombres y mujeres se organizaron en pequeñas comunidades comprendieron que, por el bien del grupo, debían transmitir sus ideales y valores a los más jóvenes: los niños. ¿La manera más efectiva? Los cuentos. 

A través de las historias se narraban los orígenes de la aldea (casi siempre heroicos) se celebraban las hazañas de los guerreros, en fin, todo aquello digno de recordarse y ser imitado se colocaba dentro de un cuento.

Los cuentos cumplen una función emocional. El niño se entusiasma, sufre, se alegra con los avatares del héroe, se pone en contacto con sus sentimientos y al reconocerlos los hace trabajar en su favor.

 Antoine de Saint-Exupéry escribió una historia para enseñarle a los adultos a reconciliarse con su niño interno. Una historia para componer el niño roto que todos llevamos dentro.

Todo autor es un cartógrafo. Cada libro es un mapa.

Los libros nos ayudan a ir de la ignorancia al conocimiento, del aburrimiento al asombro, de lo cotidiano a lo maravilloso, de la superficie a lo profundo. Saint Exupéry trazó con sus palabras un mapa para ayudarnos a encontrar un tesoro perdido: nuestra infancia.

En un principio los adultos, pobres necios, no entendieron El Principito. Los niños, tan sabios, comprendieron la grandeza del libro. Tras leerlo hablaron de rosas, asteroides lejanos, zorros domesticados, del esplendor del trigo, la responsabilidad y el amor. De cosas importantes: los amigos, la belleza, la amistad, que los grandes olvidamos por vivir empeñados en conseguir lo insignificante: riqueza, poder, posesiones.

Después de leer El Principito los niños miraban de manera distinta a los adultos. Les explicaban las cosas despacito, los tomaban de la mano para que no tuvieran miedo de la belleza del mundo. Algunos adultos leyeron el libro que despreciaron. La historia del pequeño príncipe les permitió acercarse a esos desconocidos: los niños, y al mismo tiempo recuperar al niño que alguna vez fueron.

Saint- Exupéry escribió un libro que permite varias lecturas: es una historia que encanta a los niños y a la vez es un texto que ilumina a los adultos y los acerca al misterio de la infancia. El autor nos reveló dulcemente verdades que duelen. 

Con paciencia y ternura nos explicó que no nos definen nuestras posesiones, que existimos cuando amamos y que sólo al amar nos ganamos el título de personas.

El Principito apareció en 1943, dos años antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial. Faltaba aún Hiroshima, Nagasaki, los aliados todavía no abrían las puertas de los campos de concentración. El hombre miraría con espanto lo peor de sí mismo. 

Los seres humanos descubrirían que el monstruo de los cuentos no habita en los bosques, lo podemos encontrar en el espejo. Saint- Exupéry fue piloto y participó en algunas misiones. El horror de la guerra no le era ajeno. ¿Cuando el autor escribió el libro sabía que la humanidad necesitaría de consuelo?

Para sanar sus heridas físicas y emocionales, Antoine viajó en 1940 a Estados Unidos a solicitar apoyo para su país. Francia estaba bajo la bota alemana. El autor y aventurero calculó que le tomaría dos semanas sumar adeptos para su causa. Los días se volvieron meses, los meses años.

En las cenas formales dibujaba sobre las servilletas. Garabateaba en los menús de los restaurantes y los manteles de papel de las modestas cafeterías. En cualquier espacio en blanco aparecía el mismo personaje: un pequeño de melenita rizada y redondos ojos asombrados.

El escritor corregía Piloto de Guerra, un libro muy serio; su editor, Eugéne Reynal, descubrió en las márgenes del texto a aquel personaje. Elizabeth, la esposa del editor, confrontó a Saint- Exupéry ¿quién era ese niño? "Poca cosa, es el niño que siempre llevo en el corazón", respondió él.

Aquel personaje tenía una historia que contar. De la misma manera en que el pequeño príncipe le pidió al piloto del libro que le dibujara una oveja, el dibujo hizo una petición para Saint- Exupéry: quería un libro, un planeta hecho de palabras e imágenes.

Sus editores le encomendaron narrar la historia de aquel niño. Una apuesta arriesgada, Saint Exupéry era un aventurero, un piloto, un héroe. Los héroes son gente seria. Siempre lucen un gesto grave, como posando para la estatua. Hablan con mucha propiedad, conscientes de que lo que digan se transformará en una frase célebre.

Los héroes se dedican a cosas serias, luchan por la paz, detienen la guerra. Escriben libros para otros adultos importantes quienes ponderarán la importancia del autor y la seriedad del tema, aunque se hayan aburrido sobremanera. Las personas serias no escriben cuentos para niños. ¿O sí?

Saint Exupéry hizo muchas cosas peligrosas a lo largo de la vida. Tenía cicatrices que daban cuenta de sus accidentes de aviación. Había volado de noche o con el clima en contra. Pero en 1941 emprendió su misión más peligrosa: escribir un libro para niños.

El libro está construido con elementos autobiográficos. En 1935 el autor había sufrido un accidente en Libia. Él y su compañero pasaron cuatro días en el desierto con escasas provisiones. Atormentados por la sed y el hambre sufrieron alucinaciones. Afortunadamente  fueron rescatados por un beduino.

En otra ocasión una falla mecánica de su avión lo forzó a pasar la noche en el desierto. Al despertar encontró una piedra redonda y negra. Era el trozo de un meteorito. En El Principito, como en todas las obras literarias, confluyen lo real y lo soñado.

El 31 de julio de 1944 Saint-Exupéry partió en una misión. Jamás regresó. En el 2000 los restos de su avión se localizaron cerca de Marsella. Nunca se recuperó su cuerpo. No se han escatimado recursos para la tarea, después de todo fue un héroe, una persona muy seria e importante.

Tal vez Antoine está jugando con nosotros y para encontrarlo debemos cerrar los ojos y mirar con nuestro corazón.(Virginia del Río)