Pide Papa ir contra la desmedida ambición
El Papa Francisco instó hoy durante la vigilia pascual a superar “estériles pesimismos”, las “obsesionadas búsquedas de seguridad” y las “desmedidas ambiciones, capaces de jugar con la dignidad ajena”.
Ante autoridades civiles y diplomáticas, cardenales, obispos y más de cuatro mil fieles congregados en la Basílica de San Pedro, el pontífice presidió primero la ceremonia del fuego nuevo y después escuchó el anuncio de la resurrección de Cristo.
Luego, en el sermón, Francisco reflexionó sobre las mujeres que fueron a buscar el cuerpo de Jesús al tercer día, las cuales estaban cansadas, confundidas y con sus rostros pálidos, bañados por las lágrimas.
Ellas, señaló, fueron mujeres capaces de no evadirse, capaces de aguantar, de asumir la vida como se presentaba y de resistir el sabor amargo de las injusticias, igual que tantas madres de la actualidad, tantas abuelas, niños y jóvenes que resisten el peso y el dolor de tanta injusticia inhumana.
“Vemos reflejados en ellas el rostro de todos aquellos que caminando por la ciudad sienten el dolor de la miseria, el dolor por la explotación y la trata”, aseveró el Papa.
“En ellas también vemos el rostro de aquellos que sufren el desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y abandono por tener las manos demasiado arrugadas”, agregó.
Afirmó que el rostro de aquellas mujeres es como el de tantas madres que lloran por ver cómo la vida de sus hijos queda sepultada bajo el peso de la corrupción, que quita derechos y rompe tantos anhelos, bajo el egoísmo cotidiano que crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien.
El pontífice lamentó que hoy “tantos” ven crucificada su dignidad y tienen heridas producto de muchas infidelidades, personales y ajenas.
Así, sin darse cuenta, “muchos se acostumbran a convivir con el sepulcro, a convivir con la frustración, a convencerse que es ‘la ley de la vida’, terminando todo en una triste resignación”, añadió.
Pero advirtió que esas mujeres fueron sacudidas, algo les movió el suelo y una voz les dijo: “No teman, ha resucitado como lo había dicho. La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo”.
“El latir del resucitado se nos ofrece como don, como regalo, como horizonte. El latir del resucitado es lo que se nos ha regalado, y se nos quiere seguir regalando como fuerza transformadora, como fermento de nueva humanidad”, apuntó durante su alocución en italiano.
“Con la resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena”, aseguró.
Precisó que, cuando el sumo sacerdote y los líderes religiosos, en complicidad con los romanos, creyeron que podían calcularlo todo, cuando creyeron que la última palabra estaba dicha y que les correspondía a ellos establecerla, Dios irrumpió para trastocar todos los criterios y ofrecer así una nueva posibilidad.
El Papa consideró que el “latir del resucitado” cambió el paso de aquellas mujeres, las hizo alejarse rápidamente y correr a dar la noticia, las hizo volver sobre sus pasos y sobre sus miradas, volvieron a la ciudad a encontrarse con los otros.
Francisco invitó a todos a “ir con ellas”, volver a la ciudad y anunciar la noticia, a todos esos lugares donde parece que el sepulcro ha tenido la última palabra, y donde parece que la muerte ha sido la única solución.
“Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad”, subrayó.
“Y si no somos capaces de dejar que el espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos”, abundó el pontífice.
“Vayamos y dejémonos sorprender por este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la novedad que sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el suelo, dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar”, ponderó.
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