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Los hijos de Felipe son de Felipe

Por: Jorge Ramos Ávalos.-


Felipe Montes es un hombre de pocas palabras. Pero esa timidez no debe ser confundida con debilidad o con falta de determinación. Cuando lo deportaron de Carolina del Norte hacia México y le trataron de quitar a sus tres hijos, él no se dejó. No sabían con quién se estaban metiendo. Ésta es su historia.

Al igual que millones de mexicanos, Felipe cruzó ilegalmente del estado mexicano de Tamaulipas a Texas. Corría el año 2003. Oyó que en Carolina del Norte había chamba y para allá se fue. Para no alargar mucho la historia, conoció a una norteamericana, se casaron y tuvieron dos hijos.

Felipe nunca tuvo problemas serios con la justicia. "Mis problemas son de multas de tránsito", me dijo en una entrevista. "Tuve licencia (de manejar) pero como era indocumentado no pude renovarla porque las leyes cambiaron".

¿Por qué el gobierno del presidente Barack Obama iba a querer deportar a alguien que no era criminal ni terrorista y que sólo quería trabajar? Incluso el Presidente había dicho por televisión que no quería deportar a gente como Felipe y había dado la orden de concentrar las deportaciones sólo en delincuentes. Pero eso no importó. El mundo se le cayó a Felipe el 6 de octubre de 2010.

Unos agentes de inmigración lo detuvieron en Sparta, Carolina del Norte, y lo enviaron a un centro de detención. Luego se lo llevaron a Atlanta y en diciembre fue deportado a México. Mientras él estuvo detenido nació su tercer hijo. Por supuesto, no lo dejaron ir al hospital en el momento del nacimiento.

La deportación no fue lo peor. Rápidamente Felipe se enteró de que el estado de Carolina del Norte le quería quitar a sus tres hijos, nacidos en Estados Unidos. Su esposa tenía problemas de salud y, sin el salario de Felipe, no se podía hacer cargo de los niños. Así fue como Isaías, de cinco años; Adrián, de tres, y Ángel, de dos, fueron puestos en una casa de adopción. El siguiente paso era buscar a familias norteamericanas para que los adoptaran. Pero Felipe no se dejó.

Hizo lo imposible. Sin dinero y desde México, inició la pelea legal para recuperar a sus hijos. El principal problema era que, como indocumentado, no podía regresar a Estados Unidos. Pero con la ayuda del consulado mexicano y varias organizaciones comunitarias, obtuvo una visa humanitaria. "Tuve que demostrar que yo no era mala persona", me dijo.

Dos años después de su deportación, un juez estatal decidió a su favor. Le dio la custodia de sus tres hijos y le permitió llevárselos a México.

Cuando lo entrevisté, vía satélite y horas después de conocer la decisión del juez, Felipe no sabía qué hacer. Era un padre muy ocupado. Sus dos hijos más pequeños corrían de un lado a otro y él, entre estoico y desesperado, trataba de hablarle a una cámara de televisión. Felipe, era obvio, no tenía tiempo para celebrar. Sus hijos le estaban chupando todo su tiempo y energía.

Felipe estuvo a punto de ser una estadística más. En Estados Unidos hay más de 5,100 niños viviendo actualmente en casas de adopción debido a que sus padres indocumentados fueron detenidos y deportados, según el estudio Familias Destrozadas del Applied Research Center ( http://www.arc.org/content/view/2289/180/ ). En los próximos cinco años habrá 15 mil niños más en esa terrible situación. Si sus padres no tienen la suerte y determinación de Felipe Montes, podrían perder a sus hijos para siempre.

Todos los días hay familias destrozadas por la brutal política migratoria del gobierno de Estados Unidos. Por ejemplo, según ARC, en los primeros seis meses de 2011 el gobierno deportó del país a más de 46 mil padres y madres de hijos nacidos en Estados Unidos. ¿Quién se encarga de estos niños? ¿Es justo que alguien pierda a su hijo por el simple hecho de ser indocumentado?

Por eso el caso de Felipe Montes es tan importante. Es la excepción a la regla. Nadie tiene el derecho de quitarte a tu hijo. Aunque él estuvo a punto de perderlos. Éste es el mensaje de Felipe a otros padres en la misma situación: "Mas que nada les quiero decir que no pierdan las esperanzas. Siempre hay personas y organizaciones que están ayudando. Que se acerquen a los consulados, que no tengan miedo. Que siempre hay una segunda oportunidad".

La verdad, no siempre hay una segunda oportunidad. Muchos indocumentados han perdido a sus hijos norteamericanos luego de sus deportaciones. Y esto sólo enfatiza la urgencia de una reforma migratoria.

Cuando terminé la entrevista, Felipe ya tenía otras preocupaciones en la cabeza. "Mis hijos no hablan nada de español", reconoció. En las casas de adopción sólo hablaban inglés y tendrán que aprender un nuevo idioma. Su visa humanitaria está a punto de expirar y él se tiene que regresar a México. Pero lo hará con sus tres hijos. Está claro: los hijos de Felipe son de Felipe y de nadie más.