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Violencia golpea a mujeres desde el hogar

El Siglo de Torreón-AEE

Ingresan con las costillas rotas, violadas o a punto de la asfixia por un intento de ahorcamiento. No es la sala de emergencias de un hospital, es un refugio que protege a mujeres víctimas de violencia doméstica.

La violencia tiene rostro, nombre y apellido. Ellas lo saben porque la han topado de frente. Lo recuerdan su cuerpo y su memoria, marcados por la furia de un marido, un amante, el novio, el padre o un hermano, un hijo y a veces la madre o la suegra.

Así es la violencia intrafamiliar: viene de la mano de los más cercanos, casi siempre hombres, responsables en 85% de los casos de las agresiones contra las mujeres, principalmente -aunque el maltrato también alcanza a adolescentes, jóvenes, niños y niñas.

La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2016, del Inegi, reveló que 66.1% de las mujeres de 15 años y más ha enfrentado al menos un incidente de violencia por parte de cualquier agresor, alguna vez en su vida, y 43.9% ha sufrido violencia por parte de su actual o última pareja, esposo o novio, a lo largo de su relación. Son muchas las víctimas de violencia y pocos los lugares donde refugiarse para estar a salvo. En México operan sólo 72 refugios, lo que equivale a uno por cada 900 mil mujeres, de acuerdo con el "Diagnóstico sobre los refugios en la política pública de atención a la violencia contra las mujeres en México", publicado en 2016 por la organización Civil Fundar.

A estos acuden en promedio 5 mujeres al día, anotan las estadísticas más recientes del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva (CNEGySR), de la Secretaría de Salud.

Ese promedio suma 12 mil 651 mujeres atendidas entre 2008 a 2014 y estas son historias que allí se guardan.

"¿Miedo? Terror es lo que siento". Y los ojos de Sara lo proyectan: casi muere ahorcada por el hombre con el que vivía. Su esposo, dice.

El mismo que ya desde novios la golpeaba y el que apenas hace unas semanas la levantó del cuello con su hija en brazos. Dos vértebras cervicales desviadas y un collarín en el cuello dan fe de sus palabras.

Ahora está en el albergue, como ya lo estuvo meses antes. Porque Sara ya había escapado de un hogar de violencia y volvió, como vuelven siete de cada 10 mujeres que confían en las promesas, en los perdones, que aceptan y procuran la conciliación en nombre de sus hijos, por razones económicas o por pura dependencia emocional.

De esa siete que volvieron a su hogar, dos o tres regresarán al albergue, como ocurre cada año, según las estadísticas.

"Pero ya no más", asegura. "Ya presenté la denuncia y voy a ratificarla... Ya hay una orden de aprehensión en su contra. Pero tengo terror de encontrarme con él", su marido, el hombre con el que se casó a los 20 años, panadero de oficio, que justificaba su violencia por la falta de dinero.

"Se desesperaba", según Sara, una mujer de 30 años con dos hijos, quien tenía que pedir perdón luego de ser golpeada y fingir que nada le dolía porque, de lo contrario, se repetía la dosis de violencia.

Así tuvo que aguantar la fractura en el cuello y hasta prometer que pagaría 100 pesos diarios con tal de que no la separaran de sus hijos, como pretendía su marido.

Amenazada, lo aguantó todo. Hasta el día en que encontró a su hijo intentando ahorcar a su hermanita. Sara huyó con sus dos hijos, está en el albergue y se promete que nunca más.

Ubicado en algún lugar de la mancha urbana, el albergue recibe a las mujeres con sus hijos. La mayoría son jóvenes, de entre 20 y 25 años, madres de dos o más hijos. "Una vez llegó una joven de 24 años con ocho hijos y un aborto de gemelas por la golpiza del marido, con quien se escapó a los 12 años", recuerdan Patricia, trabajadora social, y Concepción, coordinadora técnica.

Siempre con enfermedades vaginales. Si acaso con primaria o secundaria, la mayoría no tiene un trabajo regular y apenas saben qué hacer para subsistir.

Inseguras, incapaces de decir por ellas luego de años en los que lo único que han hecho es servir a todo el mundo y todos les han dicho qué hacer y cómo hacerlo, llegan al albergue en una grave situación de vulnerabilidad, con la violencia a flor de piel y dispuestas a estallar sobre sus hijos.

Por eso el albergue cuenta también con personal especializado para la atención de los niños. En el salón de juegos está Ale, de dos años, con quemaduras de cigarro en las palmas. Otro más con un brazo dislocado. A los más pequeños se les mira tristes, los más grandes ensayan una obra de teatro para entretenerse, mientras sus madres han salido a buscar un empleo apoyadas por la bolsa de trabajo de las delegaciones, se ocupan de la limpieza de los dormitorios, lavan sus ropas o acuden a los cursos de primaria y secundaria que les proporciona el INEA.

Son familias conformadas por parejas de entre 25 y 35 años. Ellos empleados o subempleados. Ellas amas de casa con actividades económicas intermitentes. Son parejas que, además, ejercen violencia contra sus hijos, niños y niñas de entre seis y 10 años, aunque adolescentes y jóvenes también se llevan lo suyo, especialmente aquellos entre 12 y 15 años, estudiantes de secundaria, según revelan las estadísticas y los muchos casos detectados en las escuelas secundarias.

Frente a las dimensiones del problema el albergue parece apenas un respiro, un remedio que no alcanza para atender las necesidades de una ciudad en la que, se calcula, hay violencia en uno de cada tres hogares.

Al albergue llegarán sólo aquellas que cumplan con un perfil y sus circunstancias así lo exijan. Deberán ser mujeres sin antecedentes de vida en la calle o enfermedades psiquiátricas y sin redes de apoyo, es decir, sin familia que las respalde. Allí todas están solas.

Las estadísticas revelan que 75% de las que mujeres que llegan a un refugio fueron víctimas del maltrato por parte de su compañero, esposo o concubino, 24% por su padre o hermanos, y 1% por algún otro familiar.

 SECUELAS DE LOS GOLPES

"A veces los golpes se soportan más que el acecho de los celos y la tortura de las ofensas". Verónica lo dice porque lo sabe. Durante seis años padeció el maltrato de un hombre con el que se casó cuando ella apenas contaba 18 años y él tenía 35.

Verónica es madre de dos niños, el más pequeño de un año y medio y viene de Taxco, Guerrero. Ha padecido todo: golpes, violaciones en el matrimonio, antes abuso sexual de su padre, insultos y tortura psicológica.

Cuatro intentos de suicidio alentados por su mismo esposo lo confirman. "Me decía: mátate de una vez, ándale, para qué sigues viviendo si eres una puta, mátate que no vales nada".

Acosada por los celos de aquel hombre que de un momento a otro cambiaba las caricias por los golpes, Verónica tuvo que jurar una y otra vez su fidelidad a fuerza de puños y patadas.

"Siempre me ofendía. Cuando él salía a trabajar yo deseaba que no volviera".

Su voz se corta. Tiembla su rostro. Lleva el miedo pegado a la piel. Por ella y por su hijo, quien hace poco cayó en el hospital a causa de una neumonía, que fue mal diagnosticada como una simple infección en la garganta y dejó al niño durante una semana con fiebres de hasta 38 grados.

Víctor, su hijo, como casi todos los niños del albergue, sufre de inmunodepresión, una patología que hace a los niños menos resistentes a las enfermedades. También teme por su hija de cuatro años, pues tiene miedo de que, como ella, pueda ser víctima de abuso sexual.

Verónica huyó de su pareja luego de recuperar a su hija. "Ya vivíamos en México, en la Gustavo A. Madero. Y un día sacó a la niña con él y se la llevó a Taxco. Durante días no la vi".

Con el coraje que sólo da el temor, Verónica fue por su hija y volvió a la Ciudad de México. Pero ya no a su casa, segura de que él la esperaría o buscaría allí. Lo dejó todo y llegó al albergue, donde sólo le quedan 15 días.

Tiene miedo de salir, porque no pudo conseguir un empleo. Pero igual ya tiene planes de compartir algún espacio con otra compañera del albergue, también madre, con quien ha acordado repartirse el tiempo de trabajo para cuidar mutuamente de sus hijos. Ese es el plan.

Ella, como el resto de las mujeres que salen del albergue, contarán con sesiones posteriores de terapia de grupo. Y quizá, como muchas, se convierta en promotora contra la violencia.

Verónica sabe que será difícil, pero ya pasó lo peor. Y mirarse sola enfrentar la enfermedad de su hijo le dio valor. Un poquito. El suficiente para intentar no volver a una vida de violencia. Y tampoco, al albergue de las mujeres tristes.

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