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Furia del mar se llevó a pescadores

"Nos estamos hundiendo, la lancha se fue en picada, ya no podemos hacer nada", ésa fue la última conversación por radio que Ovidio Quintanilla Fuentes tuvo con Bellarmino Rodríguez, el dueño de la lancha en la que salió a pescar.

El hombre, de 44 años, navegaba junto a Luis Javier Gómez Ozuna, de 22 años. Ambos zarparon el primero de enero de la comunidad de Costa Azul, municipio de Pijijiapan, hasta ahora no se sabe nada de ninguno.

En su trayecto en mar abierto, los hombres se encontraron con vientos de hasta 70 kilómetros por hora y olas de entre dos y cuatro metros de altura, que terminaron por hundirlos.

"Era un viaje rápido, la pesca de tiburón había sido buena y la lancha estaba sobrecargada (…) ya no les dio tiempo de tirar la carga", explica Feliciano Celaya Hernández, presidente de la Sociedad Cooperativa Camaroneros de la Costa.

Ovidio, quien era el capitán del bote, logró comunicarse en dos ocasiones. La primera, para informar al dueño de la lancha que los había sorprendido el viento, entonces le indicaron que tirara el producto.

En la segunda llamada, el pescador sólo pudo decir que ya "era tarde"; él y su compañero quedaban a la deriva, a unos 70 kilómetros de la costa.

Debido al mal tiempo, pasaron cuatro días para que pudieran salir a buscarlos; otros pescadores, por mar, y una avioneta del gobierno estatal, por aire. Pero ya no encontraron nada.

Como si viajara sobre las olas, la desgracia del mar llegó también a la comunidad pesquera de Paredón.

El 2 de enero, José Olver Ballinas Gómez, de 35 años, y Miguel Cirilo Vázquez, de 36, salieron a la mar para pescar escualo.

El 21 de enero, casi 20 días después, pescadores de Puerto Chiapas encontraron a Miguel flotando, aferrado a un bidón de gasolina. De José no encontraron rastro.

Los dos hombres salieron a trabajar a pesar de los pronósticos oficiales de fuertes vientos y olas de hasta cuatro metros de altura.

En tierra, a José Olver aún lo esperan Elena Gómez, su madre, y Laura Yanet, su esposa, así como las cuatro hijas que procrearon juntos.

Doña Elena recuerda que su hijo, quien se inició en la pesca a los 15 años, trabajaba en la captura de peces como el tiburón y el dorado.

Ambas especies se internan a más de 120 millas náuticas (unos 220 kilómetros) y hasta allá, con alto riesgo, van los pescadores por ellos.

"Yo le pedí muchas veces que no fuera a pescar, pero él decía que era su trabajo, que le gustaba el mar vivo", recuerda Laura Yanet.

 ELEVAN PLEGARIAS

Muy cerca de Paredón, en la comunidad de Boca del Cielo, María Santos Carrillo y Paulina Cruz Pineda, piden al mar que les devuelva a sus esposos.

Noé Neftalí Ibarra Castillo y Rogelio Trinidad, ambos de 52 años, salieron a la pesca de tiburón el 28 de diciembre pasado.

Según el propietario de la embarcación, Carlos Aguilar Castellano, los pescadores y él pudieron comunicarse en una sola ocasión antes de perder el contacto.

Le dijeron que el mar se estaba poniendo feo y que levantarían las mayas de pesca para regresar a tierra.

"El viento empezó a arreciar, pudimos salir a buscarlos hasta que ya habían pasado tres días, pero no los encontramos y el mal tiempo nos obligó a suspender la búsqueda", explica.

Compañeros de los desaparecidos pidieron ayuda y el 31 de enero despegó una avioneta de Protección Civil estatal que no encontró su rastro.

María cuenta que su esposo Noé emigró de El Salvador hace más de 20 años, con la intención de llegar a Estados Unidos, pero la pesca era su pasión, por lo que decidió quedarse en la Costa chiapaneca.

"Le pedí que ya no fuera al mar, pero me dijo que trabajaría para que el 31 tuviéramos para el pollito de la cena de Año Nuevo y ya no regresó", recuerda María entre lágrimas.

Mientras, la familia de Rogelio Trinidad, el otro pescador desaparecido, lo sigue esperando.

Su esposa Paulina Cruz y sus hijas María Isabel, Fabiola y Dolores, han asumido, para sobrevivir, la responsabilidad de pescar camarón, mojarra y liza. A todas les enseñó su esposo.

 SIN ESPERANZA

De una cuarta embarcación tripulada por Guadalupe Lorenzana, de 33 años, y un hombre a quien sólo conocían con el apodo de "El Flaco", nada se sabe.

Salieron a la pesca de tiburón también el 1 de enero y debieron regresar al día siguiente.

Zarparon a bordo de una embarcación de la Sociedad Cooperativa Pescadores Libres de Paredón, propiedad de Lorenzo Pérez Panamá.

La búsqueda de las cuatro embarcaciones se suspendió debido a los vientos de hasta 70 kilómetros por hora y oleajes de hasta cuatro metros de altura, provocados por el mal clima de norte.

La búsqueda de pescadores en la zona difícilmente se extiende más allá de una semana. Después de ese tiempo, las posibilidades de encontrar a un náufrago con vida son nulas.

 VIDAS A LA DERIVA

En la zona, los hombres suelen iniciarse en la actividad pesquera a los 5 años, con la captura de camarón, liza y mojarra, entre otras especies, productos que son comercializados en mercados locales de Chiapas y Oaxaca.

Cuando alcanzan mayor edad, los pescadores se aventuran a la búsqueda de especies más selectas y de difícil acceso, como el tiburón; sus embarcaciones soportan hasta mil 200 kilos.

El dueño de la nave aporta equipos de pesca y asume los gastos de navegación, invierte entre 7 y 10 mil pesos por viaje. Los marinos, por su parte, se encargan de la captura.

Si hay una buena pesca, los jefes descuentan los gastos y se reparten el 50% de las ganancias con los pescadores, cada uno puede recibir hasta 3 mil pesos. Si la jornada no fue favorable corren el riesgo de llegar a casa con las manos vacías.

Por el mal tiempo, algunos pobladores pueden pasar hasta un mes sin salir al mar, situación que complica sus vidas, pues no tienen otras opciones de trabajo.

Por el riesgo que corren, los hombres de mar saben que deben llevar consigo un radio de comunicación con alcance de 70 kilómetros, así como un navegador o brújula digital.

Usualmente navegan con 350 litros de gasolina, que alcanza en promedio para dos días. También llevan comida enlatada, agua y hielo.

Pero los pescadores navegan en lanchas fabricadas con fibra de vidrio, que son frágiles frente a fuertes vientos y oleaje alto; además de motores que en su mayoría son reparados o comprados de segunda mano.

El Univesal

 MARíA SANTOS CARRILLO

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